Cuando Rosas fue proclamado gobernador y “Restaurador de las Leyes”

Se trata una de las figuras más importantes y discutidas de la historia argentina, eje de las contradicciones que dieron lugar al pensamiento revisionista.

Por Fernando Del Corro

El 14 de marzo de 1877, en Southampton, Inglaterra —adonde se había radicado tras abandonar la Argentina luego de su derrota ante Justo José de Urquiza— falleció quien gobernara legalmente la Provincia de Buenos Aires y de facto manejara la política de casi todo el país, incluyendo sus relaciones exteriores. Había asumido como gobernador el 8 de diciembre de 1829, junto con el título de “Restaurador de las Leyes”. No faltó en Google la versión errónea de que su fallecimiento se produjo el 14 de noviembre, algo no probado.

Se trataba de Juan Manuel de Rosas, una de las figuras más importantes y discutidas de la historia argentina, eje de las contradicciones que dieron lugar al pensamiento revisionista. Como tantos otros, acomodó su nombre por razones políticas: originalmente fue bautizado como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio, nacido el 30 de marzo de 1793 en la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Nació en una casa propiedad de su madre, Agustina López de Osornio, ubicada en la entonces calle Santa Lucía, entre Florida y San Martín, en pleno centro porteño. Con el tiempo, esa calle pasó a llamarse Sarmiento, lo que resulta paradojal dado que Rosas y Sarmiento son dos de las figuras más contradictorias de la historia nacional. Para la historia mitrista, Rosas fue el villano; para el revisionismo, Sarmiento es uno de los personajes más detestables.

La importancia de Rosas fue tal que el período que lo tuvo como protagonista es conocido como la “época de Rosas”. Comenzó en 1829, tras derrotar al unitario Juan Galo de Lavalle, y se consolidó entre 1835 y 1852, cuando fue vencido por Urquiza en la Batalla de Caseros. Durante ese tiempo, fue el caudillo más influyente de la Confederación Argentina.

Sus antepasados paternos fueron militares y funcionarios españoles. Era hijo de Domingo Ortiz de Rozas, nieto de Bartolomé Ortiz de Rosas y sobrino bisnieto del conde Domingo Ortiz de Rozas, quien fue gobernador de Buenos Aires entre 1742 y 1745 y capitán general de Chile entre 1746 y 1755. Su madre, rica estanciera de la pampa bonaerense, influyó en su temprana inclinación por las actividades rurales.

Estudió entre los ocho y trece años, pero abandonó los estudios para sumarse a la lucha por la Reconquista en 1806 y la Defensa en 1807, durante las invasiones inglesas. Más tarde, ya como gobernador, volvió a enfrentar a los ingleses. No participó de la Revolución de Mayo y se retiró a la estancia de su madre. En 1813, se casó con Encarnación Ezcurra, pese a la oposición materna, a quien engañó haciéndole creer que la joven estaba embarazada. Tuvieron tres hijos, siendo Manuela, nacida el 24 de mayo de 1817, su compañera inseparable hasta el exilio en Inglaterra.

Las tensiones con su madre lo llevaron a dejar de administrar sus campos y a cambiar su apellido de Ortiz de Rozas a simplemente Rosas, rompiendo toda dependencia familiar. Se dedicó a sus propios negocios, administrando los campos de sus primos Nicolás y Tomás Manuel de Anchorena. Fundó un saladero junto a Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego, hermano del federalista Manuel Dorrego. Así acumuló una gran fortuna como exportador de cueros y carne salada, manteniéndose al margen del proceso independentista.

Sus padres le iniciaron un juicio, y su abogado defensor fue Manuel Vicente Maza, quien luego tuvo vínculos con el gobierno bonaerense. En 1818, tras medidas perjudiciales para los saladeros tomadas por Juan Martín de Pueyrredón, abandonó esa actividad y se dedicó a la ganadería. En 1819, adquirió la estancia Los Cerrillos, en San Miguel del Monte, donde creó el regimiento de los Colorados del Monte, con el que combatió aborígenes y cuatreros.

En esa época escribió su libro “Instrucciones a los mayordomos de estancias”, donde fijó pautas laborales para administradores, capataces y peones. Su capacidad para manejar cuestiones económicas se evidenció luego en su gestión pública, iniciada en 1820 y extendida hasta su derrocamiento en 1852, incluso en períodos en los que no gobernó formalmente. Supo administrar las cuentas de la provincia más rica del país y de la ciudad con el puerto que centralizaba el comercio exterior.

Su ingreso a la política se dio tras la Batalla de Cepeda en 1820, cuando cayó el Directorio y comenzó la Anarquía del Año XX. Contribuyó a rechazar un avance de Estanislao López, derrotado por Dorrego. Rosas se opuso a contratacar, y Dorrego fue vencido por López en la Batalla de Gamonal. Luego, Rosas impulsó la designación de Martín Rodríguez como gobernador y participó en el Tratado de Benegas, que selló la paz entre Buenos Aires y Santa Fe, incluyendo una cláusula secreta por la cual Buenos Aires indemnizó a Santa Fe con 30.000 cabezas de ganado.

Entre 1821 y 1824 compró más campos, como la Estancia del Pino en La Matanza, aprovechando la Ley de Enfiteusis impulsada por Bernardino Rivadavia, que favoreció a grandes terratenientes. Acompañó a Rodríguez en campañas contra los aborígenes y participó en la fundación de Tandil. Fue nombrado comandante de los ejércitos de campaña durante la guerra contra Brasil, cargo que luego le renovó Dorrego.

En 1828 celebró la Convención de Paz que otorgó la independencia a Uruguay, aunque sin el respaldo de José Gervasio de Artigas, quien se asiló en Paraguay. En Buenos Aires, Lavalle lideró una sublevación y Rosas aconsejó a Dorrego refugiarse en Santa Fe. Dorrego fue traicionado y asesinado por Lavalle. En respuesta a su consejo, Dorrego le escribió: “Señor don Juan Manuel: que usted me quiera dar lecciones de política, es tan avanzado como si yo me propusiera enseñar a usted cómo se gobierna una estancia”.

Durante 1829, los unitarios Lavalle y José María Paz iniciaron una serie de conflictos. Rosas fue clave en su derrota y el 8 de diciembre fue designado gobernador con el título de “Restaurador de las Leyes”. A partir de allí, su figura se convirtió en objeto de estudio, admiración y rechazo, según las distintas corrientes historiográficas.

 

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